Dos días, 16 horas; un colectivo con una meta en común, la de sensibilizar a un grupo de personas con nuestra creadora, nuestra fuente de inspiración, belleza e incluso riqueza, nuestra Madre Tierra. Así se vivieron los días 8 y 9 del mes en curso en la Universidad Marista de Mérida durante el Taller Carta de la Tierra, traído por primera vez a esta región gracias al Colectivo Na’lu’um, e impartido por los facilitadores León Gutiérrez, presidente de la PROEMAC y los representantes del Grupo Juvenil Ambiental Balam, Jorge Márquez y Jorge Peregrino.
Yo por mi parte, ingresaba a dos días de mi vida totalmente desconocidos. Sabía que me darían un documento, pero no entendía muy bien por qué necesitaba pasar los únicos dos días “libres” que tengo a la semana para que me dieran un papel del cual nunca había oído hablar.
Sin embargo, a partir de la ceremonia maya con la que comenzó el Taller, sospeché que mis expectativas estaban muy por debajo de lo que experimentaría; aún no sabía que más que un curso para aprender a usar un documento, sería todo un viaje a través de mi propia vida y de cómo ésta podría cambiar para tener un impacto positivo en el lugar donde vivo.
Sin adentrarme mucho a las actividades que realizamos (perdería el chiste para quienes tengan la intención de tomar el Taller y lean esta reseña), puedo dividir el Taller en momentos importantes para mí.
El principio del primer día, estuvo enfocado en temas teóricos con el fin de concientizar al grupo, tratándose temas de vida sustentable, cambio climático, derechos humanos, vida moderna (consumismo) y cultura, entre otros. Ya eran temas conocidos para mí, sin embargo creo que es sumamente importante conocer (y en mi caso repasar) lo que sucede para poder darle el valor a la situación que en verdad tiene y, en este caso, para sensibilizarnos con la causa: nuestra Tierra.
Aprender a dar un abrazo con el corazón, lo describiría como un momento de sanación con uno mismo y el entorno, fue aceptar el amor del otro, sin importar si nos conocíamos o no, si yo era blanca o morena, yucateca o chilanga. Fue un momento para aceptar la vulnerabilidad de nosotros como seres humanos.
La entrega de la Carta de la Tierra fue mucho más que un documento elaborado por mentes brillantes y sumamente nobles, para mí, fue una toma de protesta para con nuestro planeta; fue un compromiso que acepté gustosa y orgullosa para con mi vida.
El segundo y último día no podía esperar menos. El domingo lo clasifico como la consumación, la vinculación con todo lo aprendido en el día previo, pero sobre todo, la verdadera conexión de la Tierra, conmigo, con quienes ahí estuvimos; fue sentir la empatía con todo aquello que está lastimado y necesitado de que nosotros, seres humanos, por medio de cambios de hábitos y de valores, volteemos la mirada para hacer algo, empezando por nosotros mismos.
Sin duda fueron días muy cansados y que requirieron tiempo, esfuerzo e interés por parte de todos y cada uno de nosotros, pero me atrevo a asegurar, que ninguno de quienes compartimos estas experiencias, se arrepiente; al contrario, estamos agradecidos y comprometidos a buscar la manera de llevar el mensaje de los principios y valores de la Carta de la Tierra a quienes nos rodean. Sin duda es una experiencia que más que desear, tengo la necesidad de compartir con los demás.
Mariana Granillo Celis