Finales de agosto de 2010, el mundo entero se estremeció cuando vio los cuerpos masacrados de setenta y dos migrantes de Centro y Sudamérica. Las y los que defienden en México a las personas migrantes, levantaron nuevamente la voz; las autoridades mexicanas de todos los niveles se justificaron y enviaron condolencias a los países que semanas antes habían expulsado de su seno. “Un clamor se ha oído en Tamaulipas, mucho llanto y lamento, es Centroamérica que llora a sus hijos, y no quiere consolarse porque ya no existen”.
Pareciera decir la Sagrada Escritura.
En México, desde hace algunos años el crimen organizado, gracias en gran parte al “permiso” de las autoridades de todos los niveles se ha organizado muy bien, sus métodos son sofisticados. Las personas que salen de Honduras, Guatemala, Nicaragua, El Salvador y de algunos países de Sudamérica son mercancía que deja mucho dinero en los bolsillos de los criminales y en las cuentas de muchos políticos, funcionarios públicos y cuerpos policiacos.
Desde finales del siglo XX, la Parroquia de Cristo Crucificado abrió sus puertas para dar hospedaje y alimento a las personas migrantes. Poco a poco el Señor Dios y las necesidades nos fueron convocando para instituir la Casa del Migrante en Tenosique, y el Centro de Derechos Humanos del Usumacinta, A.C. El tiempo, las personas migrantes, la delincuencia común y organizada, las atrocidades que cometen las autoridades migratorias, nos han indicado el camino para ya no sólo brindar ayuda humanitaria a las y los hermanos migrantes sino asumir la defensa y promoción de su vida, su dignidad y sus derechos humanos.
Esta es nuestra breve historia en Tenosique, Tabasco, municipio de la frontera sur, puerta que da acceso a las personas migrantes y donde inician su tránsito hacia el norte, campo minado donde son víctimas de secuestro, asaltos, extorsión, discriminación y de un sinfín de delitos y violaciones a sus derechos humanos.
El 25 de abril de 2011 empezamos otra parte de nuestra historia común con las hermanas y los hermanos migrantes: dejamos el albergue de la sede parroquial y nos trasladamos a la nueva sede. Y decidimos darle un nuevo nombre: LA 72, HOGAR – REFUGIO PARA PERSONAS MIGRANTES.
LA 72. Así, con género femenino, queremos ser una casa acogedora donde las personas migrantes no sólo encuentren pan y cama para dormir, sino encuentren el abrazo solidario, la bendición materna, el lugar donde las mujeres embarazadas den a luz y donde los sueños de una vida mejor se empiecen a hacer realidad. Es una gran vergüenza para nosotros que las y los migrantes encuentren en nuestro país sufrimiento y muerte, nos negamos a aceptar la muerte de los setenta y dos en San Fernando, Tamaulipas y por eso desde este rincón empobrecido y olvidado, gritamos y exigimos que el gobierno mexicano frene el holocausto migratorio. Y desde este lugar nuestra mirada y nuestra voz también se dirigen a las víctimas vivas, familiares de los setenta y dos, sirva como un abrazo permanente de consuelo el saber que al entrar a México por la frontera sur, en Tabasco, hay un altar-hogar en honor de las víctimas que derramaron su sangre en agosto de 2010.
HOGAR – REFUGIO. No será la nuestra solo una casa, un albergue, queremos que sea un verdadero hogar donde las y los migrantes encuentren no solo el lugar para descansar, curar sus heridas, comer, dormir, sino también puedan ser escuchados, consolados, atendidos espiritualmente, donde puedan ser orientados y asesorados jurídicamente. Un refugio, un espacio para protegerlos de los victimarios sean delincuentes, criminales o autoridades civiles. Eduardo Galeano dice que “la caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo”. No serán ellos más objeto de nuestra caridad sino de nuestra evangélica opción de ofrecer la vida por ellos y con ellos.
PARA PERSONAS MIGRANTES. Renunciamos a llamarlos sólo así: migrantes. Son ante todo seres humanos, personas que por causa de un sistema por demás injusto y deshumano, se les ha negado toda posibilidad de una vida digna y han sido expulsados de su lugar de origen y van en busca de “mejorar” en todos los sentidos.
El personal que atiende el Hogar – Refugio está formado por los Franciscanos, miembros de la Provincia “San Felipe de Jesús” inserta en el Sureste mexicano y por un cuerpo de voluntarios. Queremos revestir a “La 72”, del sayal franciscano y en ella ejercer lo que San Francisco y Santa Clara de Asís nos dejaron como herencia espiritual: “… la restitución de nuestros bienes a los pobres y excluidos, que son nuestros maestros y señores…”. La fraternidad universal, el servicio evangélico que dignifica, la ternura profética que acoge y libera, la búsqueda de la justicia serán los ejes que guíen nuestros pasos. Y con las víctimas migrantes asumimos la parte de persecución que implica su acogida y su defensa. Sabemos que si hay personas migrantes expulsadas de su país y perseguidas, sacrificadas, extorsionadas, derramando su sangre en el nuestro, es porque hay un estado de derecho sepultado junto con las víctimas de una violencia institucional. Las y los que trabajamos en el Hogar – Refugio y en el Centro de Derechos Humanos del Usumacinta, A.C., nos sumamos a las y los que en todo el país quieren transformar el momento histórico que nos ha tocado vivir. Urge una reconstrucción y desde esta frontera sur nos unimos a esta titánica tarea.